Un gato esconde otro gato

Bénédicte Turcado
Traducción de Ana Victoria Saldarriaga
Originalmente en: Edición Especial del Boletín de las Jornadas 46 de la Escuela de la Causa Feudiana de Paris: El autismo y la mirada

 «Cuando su cabeza se puso a nivel de la del gato, este último lo miró fijamente a los ojos y yo estaba segura de que Jorge iba a apartar la mirada […]. Él mira su nuevo amigo fijamente a los ojos»[1]. Desde el prólogo del testimonio escrito por la madre de Jorge, joven autista, el objeto mirada es central. El niño de 10 años en esa época, entra en relación con el gato jugando a las escondidas. Además, el gato, inválido, es clasificado de entrada del lado de «aquellos que tenían necesidad de ayuda»[2], criterio constante en la escogencia que Jorge hacía de sus compañeros [partenaires].  El gato se inscribe en una sucesión de animales que Jorge encuentra sin que ninguno haya tomado este lugar. Con el gato, el niño hace progresos tan espectaculares como rápidos.

Es después de ese juego de presencia-ausencia y de las idas-venidas cotidianas que Jorge efectuaba para buscar el gato que se ponía al abrigo en su cobertizo, cuando él lo nombra: ¡Babou! Luego, para iniciar el juego de escondidijo, él dice «¡Bouh! […] sosteniendo su mirada»[3]. Él, que de ordinario «no podía mirar la gente a los ojos»[4] y «se escondía sistemáticamente en presencia de terceros. […]! ¡Él me mira!» [5]  confía su madre. 

Al filo de la elaboración de la construcción de su dinámica autista[6], él nombra «Ben» al gato, nombre de un gato que tenía su abuela. Ben lleva entonces el nombre del animal ausente, lo que puede dejarnos suponer una tentativa de imaginarización de la pérdida. Previamente, Jorge había tomado cuidado de hacer una cruz para la tumba de un perro de esta misma abuela. Es una tentativa de inscribir une pérdida que no pasa por lo simbólico. En efecto, él indicaba regularmente la imposibilidad de mudarse de casa, la necesidad de preservar visible para él ese lugar de la ausencia para que ella subsista. Por la intermediación del gato, en posición de doble autístico, Jorge podrá -con el apoyo de su madre que consiente a su «hablar-gato»- inventar una prosodia particular que él emplea para dirigirse al animal.

Si Ben lo sigue en su ritualización cotidiana, es notable que lo importante para el sujeto es una permanencia del animal en su campo visual. Además, el niño entra en pánico la primera vez que el animal sale, temiendo que él desaparezca[7]. Después, cuando su construcción se vuelve más compleja, la conexión con el gato podrá mantenerse en su ausencia: «nosotros hablábamos de él todo el tiempo cuando salíamos de la casa»[8]. Sin embargo, la desaparición del gato durante un mes provocará un colapso en Jorge, quien se aísla, entra en un estado de mutismo y no puede ni comer ni dormir. Su restablecimiento será inmediato desde que el gato reapareció, él «resucitó»[9], escribe su madre.

Jorge nos enseña cómo la expectativa de la presencia visual, reconfortante de Ben, bajo dos modalidades que él domina – que uno pueda pensar como un «neo juego de fort/da»[10] tal como lo ha formulado Eric Laurent, 1) un juego de escondidijo y 2) una nominación representando la ausencia -, le permite estructurar el espacio en una continuidad[11]. Él puede entonces evolucionar de una manera nueva, comprometiendo los objetos pulsionales.



[1] Romp J., Mi amigo Ben. Un gato salva un niño del autismo, Paris, J. -C. Gawsewitch Editeur, 2011, p. 13.
[2] Ibid., p. 140.
[3] Ibid.
[4] Ibid., p. 13.
[5] Ibid., p. 75.
[6] Perrin M., « Construction d’une dynamique autistique. De l’autogire à la machine à laver », L’autiste son double et ses objets (s/dir. J.-C. Maleval), Rennes, PUR, 2009, p. 95.
[7] Romp J., Mi amigo Ben …op. cit., p. 120.
[8] Ibid., p. 139.
[9] Ibid., p. 340.
[10] Laurent É., La bataille de l’autisme. De la clinique à la politique, Paris, Navarin / Le Champ freudien, 2012, p. 81.
[11] Ibid., p. 83. 

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