Un lugar en este mundo
Kareen Gudiel de Hutton
¿Y qué hace una madre para darle un lugar a su hijo, sí
todo alrededor parece tener un solo molde?
Tienes un hijo con autismo y entiendes que el mundo para
ti, para él y para el resto de la familia, es diferente…. Pero, ¿qué tan
diferente? ¿cuánta diferencia puedes
soportar sin ser presa de las expectativas de tu contexto y cultura?
Todo es nuevo y confuso, tienes ciertas ideas y anhelos
que quizá no se cumplan. Has creado un
mundo en tu cabeza que ahora se está transformando. Es un mundo nuevo y desconocido. Pareces estar en medio de un tsunami. En donde solo logras ver con claridad unos
breves momentos. Lo demás te
arrastra. Pero sabes que no puedes
detenerte que de esta se tiene que salir.
Que algo te llevará a puerto seguro.
Encontrarás un camino y esta criatura hermosa que nadie parece
comprender, algo logrará.
Entiendes que tu hijo con autismo no vino a tu mundo para
confundirlo. Vino para darle un nuevo
sentido y que juntos lograrán encontrar un buen lugar.
Sabes que lo amas, sabes que deseas respetar su
individualidad y reconoces que él tiene sus propias ideas, pensamientos y quizá
sueños, pero aún con eso, anhelas poder darle una crianza “normal”, una crianza
que te permita ejercer esa maternidad bajo aquellos modelos que conoces y que
el supuestamente un saber previo te indica…
Solo que no funciona, todo lo que creías saber, acá, no tiene
lugar. Los demás saben más que tu… Son
los especialistas, el terapeuta, el psicólogo, el educador, quienes saben más y
te enseñan todo sobre tu hijo, cómo hablarle, cómo corregirlo, cómo enseñarle
incluso las cosas más básicas. ¿En
dónde entonces quedó mi función como madre? parece ser que no se nada sobre ser
madre.
Y así te sometes a esa guía, porque parece ser lo más
conveniente, el autismo necesita ser entrenado y corregido. No comprendes muy bien, en dónde termina el
autismo y en dónde comienza tu hijo. Te
acercas y observas con esa pisca de intuición que aún te resta, porque no
quisiste entregarla, esa aún es tuya, esa quizá la escondes, pero la has
conservado porque el amor la ha mantenido viva.
Y entonces ves que tus demandas lo invaden y que no todo es lo que te
han enseñado a enseñar. Que ese propio
ser se manifiesta y demanda, demanda respeto y que se le reconozca.
En mi caso fue cuando leí el libro de Iván Ruiz y Neus
Carbonell, No todo sobre el Autismo, que comienzo a reconocer que quizá con lo que hemos considerado como
conocimiento no solo terapéutico sino que también cultural, quizá hemos sido un
otro exigente y caprichoso. Que hemos
invadido su ser, su voluntad, su deseo, ese interés propio de estar en este
mundo bajo sus propios términos; en
donde cantar gesticulando fuertemente puede ser un alivio. En donde balancearse haciendo algún sonido
gutural libera. O tomarle alguna foto a
alguna chica u otro objeto de interés, calma.
Fue al leer este libro que reconozco en mi misma, como el
deseo, la voluntad, las exigencias de otros me abruma y me invaden de tal forma
que muchas veces mi único deseo es alejarme… Me veo solucionando esa
incomodidad dentro de mí para poder participar de este mundo compartido de
forma de seguir bailando la danza de la socialización, para ser aceptada,
amada, reconocida y bienvenida en donde sea que me encuentre y no importando
que tan incómoda pueda sentirme.
Es entonces que logro comprender la resistencia de mi
hijo a las exigencias sociales, cada vez que ese otro desea imponerse con lo
que considera “correcto”, su deseo se impone manifestándose como un fuerte
enojo, dando batalla. Ese deseo tan de
cada uno que quienes no consideramos tener ninguna patología, vendemos tan
fácilmente, con tal de tener un lugar en este mundo.
El lugar de mi hijo está ahí, en donde pueda surgir con
libertad, en donde saltar por las calles aleteando las manos, puede ser
permitido aunque al pasar, no dejen de mirarnos. Aunque esas miradas nos traspasen y nos
acompañen cada día a donde sea que vayamos.
Hemos aprendido a no pasar desapercibidos. Es cuando visitamos las mismas tiendas una y
otra vez. Cuando comemos en los mismos
restaurantes, cuando la gente nos recibe con una sonrisa y lo saludan con
cordialidad y lo hacen sentir bienvenido; cuando ese lugar comienza a
darse, aunque andemos por ahí en las
calle con un muñequito de Disney no adecuado a su edad, pues a los 18 ya no
debería de gustarle eso… a los 18 ya es un hombre.
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