Traducción de Alejandro Olivos
Imponer
una ciencia total del autismo a aquellos que, en el terreno, conocen los
límites y las incertidumbres, tal es la ambición del Sr. Fasquelle y de algunos
diputados, los “republicanos”, en favor de un proyecto de ley presentado en la
Asamblea Nacional. ¿De dónde sacan ellos su ciencia consumada del autismo? Ésta
procedería de las recomendaciones del 2012 elaboradas por la Alta Autoridad de
Salud [HAS: Haute Autorité de Santé].
Ahora bien, los diputados proceden a una desviación respecto de estas
recomendaciones en varios puntos.
Las recomendaciones de la HAS constituyen
ayudas a la decisión que preservan el discernimiento del clínico. Al transformar
dichas recomendaciones en mandatos y órdenes, los diputados pretenden dictar a
los profesionales lo que deben hacer y pensar, privándolos de la
responsabilidad de su acto, y de la necesaria adaptación de éste a la
singularidad del paciente. Atentar de este modo a la libertad de prescripción
de los médicos ha rápidamente llevado a éstos a reaccionar por miles (1),
mientras que los psicólogos y los psiquiatras de los hospitales denuncian el
peligro que corre la libertad académica, inseparable de toda elaboración y
difusión de los conocimientos científicos (2).
En lo que atañe al tratamiento del
autismo, los diputados, que ciertamente no se han dado el tiempo de leer las
465 páginas de la argumentación científica de la HAS, creen ingenuamente que
existen métodos “validados científicamente y habiendo demostrado su eficacia”.
Sin embargo, esto no es en absoluto así. La HAS se ha mostrado muy prudente: de
los tres métodos recomendados (ABA, Denver y TEACCH), estima que únicamente los
dos primeros alcanzan una “presunción científica de eficacia” (Grado B), mientras
que la tercera alcanza “un nivel bajo de evidencia de eficacia” (Grado C).
Ninguna de las tres alcanza el Grado A, que corresponde a la validación
científica (3).
Existe para ello una razón de peso:
en los meta-análisis ha sido regularmente constatado que cerca del 50% de los
niños no mejoran. Precisemos además que dicha mejoría no concierne sino el “coeficiente
intelectual, las capacidades de comunicación y el lenguaje”; en lo que atañe lo
esencial, a saber “los comportamientos adaptativos”, de los cuales depende la
inserción social, los resultados son aún menos concluyentes. Por añadidura,
“los efectos en la adolescencia y en la adultez son desconocidos” (4).