El imperio del uno[1]
Diálogo con educadores a
propósito de la Educación inclusiva
El Uno como cifra está inmerso en la historia del
pensamiento. Significa el trazo de la serie, la enumeración, la contabilidad de
los elementos que componen el mundo; incluido, claro está, el ser humano. Salto
fundamental en el desarrollo de las ideas y de las ciencias. La filosofía se ha
consagrado a su entendimiento desde hace varios milenios, en innumerables
esfuerzos por encontrar en ese rasgo unitario el germen de la vida misma, el
elemento básico de la existencia, del Ser. Aquí una evocación a El Parmenides
de Platón. Igualmente toda política de la igualdad imperante desde tiempos
clásicos se basa en esta aspiración: tratar a todos como Uno, o al menos
invocar Una legislación para muchos. Así, decir todo y Uno (con mayúscula) en
un sentido, es lo mismo. En cada época ha tomado formas diversas, pero al
final, todo se viste de Uno. Y no es necesario forzar esta idea al plantear
que, finalmente, cualquier acto de segregación tiene por detrás el rostro de
aquello que no pudo cubrirse bajo el manto de la Unidad. Hay pues una
aspiración, sin mayores vueltas, una tendencia “natural”, un eterno retorno de
la tentación de anular lo diferente. Uno es una tentación que se inscribe en
diversos escenarios que resultan la base de principios prácticos y de doctrina.
Y sin ir más lejos se configura en un verdadero ethos con relación al lazo
social. Uno cerrado, autoerótico y anacrónico. Si a este Uno se le adosa la
idea del Ser, encontramos, en este plus, el mayor obstáculo en la apertura al
Otro de la diferencia radical. Los fenómenos gregarios apuntan a significar
esta idea de Ser Uno con los demás.
El psicoanálisis se interesó por ello a partir del
planteamiento freudiano de la ilusión de Unidad fundamento de la matriz
constitutiva del yo; es decir, el yo como formación ideal y psíquica no es otra
cosa que el Uno realizado, es una instancia que se funda sobre la idea de
cierre, de autenticidad, de unicidad, de propiedad. A eso lo llamó Freud,
apelando al mito griego, la estructura narcisista del yo. Pues bien, es a
partir de esta noción que tendremos que decir que esta inclinación está en la
base de la relación, del lazo con los otros. El concepto de masa, por ejemplo,
es una aplicación contundente de este pensamiento, al tratarla, con fines
determinados, como un solo y mismo individuo. En este punto baste recordar el
estudio de Ortega y Gasset sobre la rebelión de las masas. Freud, por su parte,
habló de Psicología de las masas y análisis del yo, para enfatizar justamente
esta continuidad en la idea de un Uno en lo que concierne al yo y al Todo. Es
necesario señalar que con el psicoanalista Jacques Lacan la pregunta a que da
lugar esta constatación de la presencia incesante de la aspiración a la Unidad:
¿De qué Uno se trata? Es una pregunta que debe ser expropiada de la la práctica
analítica, para pensarla a propósito de las acciones que dan lugar a un campo
razonado de práctica en virtud de la relación con otro.
De esta manera, cualquier intento por pensar
acerca de lo que no queda integrado en el circuito cerrado del Uno como Ser o,
aquello que conmueve la ilusión de esa “corporeidad”, necesariamente entra a
contrariar la base, qué digo contrariar, a subvertir una forma de pensamiento y
de imagen cuyo peso no nos pertenece, es una marca indeleble, digamos, de
“origen”. Los paradigmas científicos ciertamente deben arremeter contra ello y
poner en crisis este tipo de pensamiento, es lo único que ha permitido el
avance de las ciencias. Esta aspiración tiránica y exigente: hacer de lo otro
Uno, es lo que obliga a pensar en qué se funda toda consigna de igualdad, sin
dejar de reconocer en ello el origen del Derecho mismo, y la pertinencia de la
pregunta en el ámbito preciso de la educación; en virtud del interés de la
aplicación de programas que conciban una verdadera inclusión en este campo.
Hablemos entonces del ámbito práctico de la pedagogía, de la educación
concebida formal, de la institucionalización del ejercicio sublime de acompañar
al otro en el desciframiento del mundo, si se me permite decirlo así.
La inclusión en las fronteras del sinsentido
La idea de lugar, de situs, se instala
acomodaticiamente cuando pensamos en una educación inclusiva; puesto que ¿A qué
continente se consagra la inclusión? ¿A qué tinaja, qué contenido? En este
sentido la imagen que se impone como inclinación, como automatismo es la del
espacio cerrado, con fronteras definidas; es la plenitud espacial y también
temporal concebible como un todo. La imagen del círculo será la que Gastón
Bachelard2 clasificará como uno de los mayores obstáculos epistemológicos en el
conocimiento científico, y, debemos decir, éste es correlativo a la idea
expresada del Uno como Ser.
Ahora bien, es claro que el ideal de la educación no
se despoja de esta investidura al pensar en la tensa relación del Uno y del
Todo, de la Excepción y la regla. Y la idea de mezclar, agrupar o “contaminar”
los miembros de uno o de otro conjunto sostiene la idea de polos opuestos,
conducente a introducir una lógica de “frente y revés”. Basta palpar las
experiencias habituales de los educadores en este sentido. Si la inclusión es
pensada en estos términos, servirá de oficiante en la inercia del acercamiento
de la diferencia al Uno de lo mismo y del Todo, y esto, perpetúa el escollo
imaginario al que el ser humano es exigido en nombre de una ilusoria armonía.
Aquí es importante detenernos a pensar que lo que
entabla un desafío es la atención que merece el heteros en cuestión, lo que de
eso da lugar a pensar una inclusión. No se puede eludir la paradoja: solo es
posible incluir la diferencia a condición de mantenerla como tal. Esta paradoja
la encontramos como el momento notable relativo a concebir el rasgo en juego a
la hora de hablar de la diferencia: ¿Qué valor puede cobrar la diferencia, de
tal manera que no se enrede en los linderos de una aspiración imaginaria y
automática del Uno?
Tal vez el valor de la diferencia como oportunidad es
lo que podemos considerar. Oportunidad en cuanto es el único momento, a veces
fugaz en una vida, para ver emerger con fuerza los recursos de los que dispone
un sujeto cuando aloja la diferencia en su dimensión irreductible al Uno y hace
de ella una causa novedosa. Buscar el sentido para entender por qué la
diferencia existe, no hace más que anularla o al menos intenta hacerlo. En todo
caso, no es el encargo de la pedagogía. Más bien, interesarse por los modos de
hacer en la diferencia es a lo que puede estar conminada. El sentido opaca la
posibilidad de entender el sentimiento de estar al frente o a un costado, muy
cerca, de lo verdaderamente heteros que hay en el otro.
Y hablamos de una oportunidad que deviene una práctica
operativa, que incide en la realidad del acto pedagógico. Una experiencia
razonada, susceptible de ser transmitida en lo esencial. Ser “amigo de la
diferencia” es lo que permite que nuevas experiencias vitales puedan abrirse a
un mundo ya conocido pero nuevo por conocer. La diferencia se puede vivir pero
no hay que exigirle que de sus razones, una vez se entra en este terreno se
abre la puerta a la Verdad con mayúscula y este es el preámbulo de cualquier
guerra, así sea la guerra cotidiana por el solo hecho de experimentar un lugar.
Y, en efecto, si no hay la oportunidad de convivir, de aprender al lado de la
diferencia, no se podrá jamás hacer de eso un estilo de vida tolerante, tan
solo se convertirá en vana legislación, en retórica gastada, cercenada por lo
mismo de una verdad. Como ejemplo de ello, asistimos actualmente a la
proliferación de síntomas que encarnan esta dimensión del repudio a la
diferencia en sus formas más violentas.
Diversas disciplinas han pensado seriamente sobre el
malestar contemporáneo en las instituciones educativas. Importantes aportes al
debate que van desde prevalecer el estudio de los efectos en la educación del
“ocaso de la autoridad en occidente” hasta la incidencia en ella del desarrollo
irrefrenable de la ciencia y la tecnología. Este malestar, difundido en exceso,
se encarna en los síntomas que emergen ahora, en el interior mismo de la
institución, antaño concebida para contener y rectificar, o al menos para
refugiarse del malestar de la civilización que transcurría fuera de sus
paredes.
Encontramos atropellos escandalosos a la diferencia en
los jóvenes de hoy; ha devenido un fenómeno alarmante (esto es lo nuevo, la
situación hecha fenómeno). La diferencia próxima es el enemigo, la intolerancia
de su existencia la consigna. No nos parece muy alejado a lo que constatamos
respecto del desierto de diferencia que puede habitar en el mundo de la
experiencia educativa para alguien; experiencia no contrariada en ningún
momento. Ha faltado la oportunidad para palpar la verdadera diferencia, para
existir con ella. Y podemos decir que la idea de que las razones de un pasado
determinan un futuro, como un continuo, tan difundida por la psicología, es en
realidad una conjetura propia del sentido común. Porque esto es igual a decir
que se aspira a perpetuar el Uno de lo mismo, es decir pensar el ciclo de
repetición como una unidad (repito lo que me fue aplicado). Pero la ingenuidad
acá es imperdonable, como lo es también la buena voluntad. No se trata de
imponer una política de la diferencia pero sí de asegurar un lugar a quienes
pueden querer hacer de la oportunidad de la diferencia una práctica.
Esto debería ser algo que experimente el niño
permanentemente, no solo una diferencia engendrada en el lugar que asignan las
funciones simbólicas, sino una diferencia que emane del más próximo. A la
vuelta de la esquina, cuando se cruce con otro diverso, no aspirará
necesariamente al Uno, habrá contado con los recursos, tal vez, que surgieron a
partir de la cercanía con lo diferente, aquello que resultó absolutamente ajeno
y carente de sentido, y por eso mismo algo que produjo un saber hacer de una
manera distinta al modo de inercia estructural de la fusión.
El panorama de la diferencia es proclive a mostrar lo
que la clínica analítica nos enseña: cuando nos tropezamos en la vida con algo
imposible, lo convertimos en impotencia. Forma neurótica de renegar de los
puntos de impasse inscritos en la estructura de una práctica. Al transformar
estos puntos y oscurecerlos –vale decir, vestirlos, con la queja, el
desasosiego, la incomprensión, el sacrificio, se hace consistir aún más el
ideal del Uno de aspiración armónica, y cargar sobre las espaldas este ideal,
cobra con fuerza la vitalidad que da el deseo de actuar en el lugar del
educador. También hay toda una sintomatología que se ha estandarizado del
malestar presente en los agentes de esta labor.
El activismo desgastante es uno de los nombres de este
ideal. Pensar que hay que hacer, literalmente, el doble frente a la diferencia
y entonces, etc., etc. Deja sin respiro a quien imagina siquiera la tarea.
Ahora bien, ¿Qué hay que hacer? ¿Por qué hay que hacer? Dejar hacer, eso sí es
impensable en el Uno de la educación. Pues bien, es a lo impensable a lo que
debemos dar lugar, como con la diferencia, acá el sentido nos juega la peor de
las pasadas.
Dejar al otro, niño o joven, que despliegue sus
posibilidades, sus alcances y sus límites, plantea la necesidad de ubicarse
como aquel que encausa de la buena manera lo que se muestra como un interés
decidido; abrir un camino a eso, dándole lugar (no necesariamente “actuando
demasiado”) deja el acto del lado del sujeto presto a la educación y no del
lado del educador. Dejarse enseñar en la dirección indicada es una experiencia
inédita para el educador y de tal forma solo es transmisible en cada caso y por
eso la existencia de los manuales en este sentido, como en casi todo, es
inocua. ¡Un educador puede encarnar la paradoja de erigirse como un líder que
sigue a otro! En su propio proceso educativo entiéndase. Los educadores están
llamados a escribir estas experiencias inigualables, no para ser imitados, sino
para inspirar el deseo de que otros consideren la posibilidad como una
oportunidad. Hace poco, por internet, pude ver la imagen de un niño escribiendo
concentrado, sentado sobre un armario en un aula de clase (En una provincia
española). Lo inverosímil y conmovedor de esta imagen es que el niño estaba
rodeado de muchos otros niños también abocados y concentrados en su propia
escritura. El educador a un costado dirigía su mirada a la mayoría sin ningún
guiño especial. Me resulta una imagen inspiradora y evocadora de lo que aquí
tratamos.
Por último, debemos decir unas palabras de esta
decisión de tomar la diferencia como oportunidad. Como toda decisión, implica
algo que se pierde. Y en esto es insustituible lo que acontece en la esfera más
íntima de un ser. Una oportunidad se aprovecha o no, por eso la pintan calva
(en realidad se pinta solo con un pelo). Pero entonces, hay que ver allí eso,
una oportunidad. Así, vale la pena pensar que del lado del educador se debe
pensar en franquear ciertos umbrales en esta decisión. No solo se requiere
coraje para ello sino lo más importante: un deseo inspirador de perturbar de la
mejor manera lo que ya está instalado como repetición. Ni el coraje ni el deseo
(en cierto sentido es lo mismo) se impone como el Uno, o se legisla. Y la
cuestión es fundamental: ¡júntense aquellos para quienes puede constituir una
causa de experiencia, de escritura, enseñar en y con la diferencia. Quienes
quieren practicar estar al lado de Una diferencia como existencia sin darle el
sentido que llama a la esencia, al falso ser; quienes aceptan su presencia sin
comprender su sentido!: Razón de la práctica, del intercambio, de la
investigación.
Entendámonos: la imagen de la unidad y de la
uniformidad es lo que primero se presta a la imagen ideal de la caridad. Esto
se replica en todos o casi todos los ámbitos de la vida que no impliquen la
soledad radical. Así que es una suerte de axioma que se cristaliza en el
ejercicio de cualquier rincón del poder por grande o pequeño que este sea.
Seguimos a Faucault al pensar que cuando hay un agente de discurso se moviliza
una estructura de poder. Y no hay relación posible o lazo social que no
implique un discurso. Por eso es imposible pensar (no lo vistamos de
impotencia) que haya formas universales de tratar la diferencia. Lo que si es
posible es tratar de exigir al deseo del educador que declare, en la medida de
lo posible, sus razones, sus hallazgos, sus preguntas en la práctica con la diferencia.
Aunque me parece, esto vale para toda la práctica pedagógica, acá se sitúa como
esencial. Lo que en Europa se concibe como “protocolos a medida” (En Francia se
divulga esto actualmente de manera recurrente, favorecido por la declaración de
una cruzada por la inserción institucional del autismo en este año 2012
declarado justamente el año internacional del autismo) no es un privilegio que
el primer mundo se puede permitir (y aunque puede ser verdad no es lo más
interesante), más bien se refiere a lo que hemos planteado como un ideal que
mueve la labor del educador y no que detiene; y es que hay la cara bondadosa
del ideal, la que motiva, la que entusiasma; y la otra cara, a la que hemos
aludido, es la que se regocija en la impotencia estéril y espúrea, a partir del
goce que se añade como impotencia.
Hay esfuerzos loables que contrarían esto y en ese
sentido, hablamos de una “inspiradora tensión” al hablar de una inclusión (no
de LA inclusión. Cada acto inclusivo es Uno y de esto es lo que hay que dar cuenta,
hacer un saber acumulado), suave forzamiento en la medida en que se trata de
favorecer que no se goce de ser el uno, el único, la excepción. En esta medida
la diferencia se pone a trabajar y claro está, el consentimiento del sujeto es
fundamental. La inspiración del educador por un lado y el consentimiento del
estudiante por otro.
Y si, si alguien toma la oportunidad de ocupar ese
noble lugar que carece de alguna forma de un reconocimiento manifiesto, es hora
de fundar sus razones y hacer con ello la causa de su acción. Es lo propio de
quien se reconoce actuando conforme a su deseo. Eso no es poco y hace la
diferencia.
Muy interesante y real: el imperio del uno
ResponderBorrar"La gente aprende mas cuando tiene una oportunidad razonable y una motivación para hacerlo" aplicado al proceso de la inclusión esta oportunidad que hemos tenido a través del Ministerio de Educación nos ha permitido informarnos, reflexionar nuestra practica educativa y reforzar la motivación para tomar la diferencia como una oportunidad para abrir los caminos a la inclusión.
ResponderBorrarExcelente el articulo de el imperio de uno, lo que pude entender esq nuestras limitaciones solo nos ponemos nosotros mismos. el ser humano tiene la facultad de aprender cuando le dan la oportunidad y sobre todo cuando se siente motivado para aprender.
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