Entrevista a Jean-Claude Maleval. Por Marita Manzotti


                                          Entrevista a Jean-Claude Maleval
Por Marita Manzotti

M.M.: ¿Cómo fue su encuentro con el autismo? ¿Qué consecuencias tuvo para su práctica?
J.-C.M.: Al inicio de mi práctica, en los años ‘70 y ‘80, me encontré con autistas en un instituto médico-psicológico, e hice el seguimiento de algunos en psiquiatría infantil.  Eran unos niños enigmáticos, que me costaba diferenciar de los psicóticos. En aquella época eran sobre todo éstos últimos los que captaban más específicamente mi atención, a causa de la investigación sobre “la forclusión del Nombre del Padre”.
  Mi interés por el autismo llegó más tarde, a fines de los años ’90, con la lectura de Temple Grandin y Donna Williams, que fue movilizada por algunos autistas Asperger, recibidos en mi práctica privada. Entonces, eso que yo consideraba como una forma extraña de psicosis comenzó a intrigarme. Me pareció que todavía no se lo conocía bien. A medida que su originalidad empezó a presentárseme, despertó de mi parte un interés creciente. La intuición de un espectro del autismo reposando sobre una estructura se abrió paso en un artículo de 1998, “Del síndrome de Kanner al síndrome de Asperger”.
  A inicios de los años 2000, un niño autista me enseñó mucho en cuanto a la transferencia y la dirección de la cura. Al final de ésta, convertido este niño en joven adulto, fue entrevistado durante un coloquio “Affinity Therapy”, organizado en la Universidad de Rennes 2 en 2015. Él consiguió hacer de su interés especifico, un oficio: actualmente cultiva y vende plantas carnívoras. Cuando le preguntaron qué recordaba del trabajo conmigo, respondió que le enseñó a cultivar sus pasiones. Él, algunos otros, y múltiples controles, me han hecho descubrir que el autismo es bien diferente de la psicosis y requiere un tratamiento adaptado.
  Un grupo de trabajo constituido en 2004 en Rennes ha contribuido mucho a estimular mis investigaciones. Se ha convertido en un grupo de investigación y acciones políticas sobre el autismo.    Además de estudiantes y clínicos, participan varios miembros de la ECF (Perrin M ; Grollier M. ; Borgnis-Desbordes E.) Sus primeros trabajos dieron nacimiento, en 2009, a una publicación de Presses Universitaires de Rennes: El autismo, su doble y sus objetos. En 2015, el mismo editor publicó las actas del Coloquio “Affinity Therapy”, durante el cual Owen Suskind y sus padres vinieron a aportar su testimonio. En 2013, el equipo creó un blog: autistes-et-cliniciens.org.

M.M.: Teniendo en cuenta nuestro próximo Congreso Mundial nos interesaría que nos comentara ¿Qué valor encuentra usted a la juntura de la vida en el cuerpo del Autista? ¿Cómo lo piensa? 
J-C.M.: “El desorden en la juntura más íntima del sentimiento de la vida del sujeto” es particularmente discernible en el autista. La ausencia de alienación significante le hace difícil habitar su cuerpo, mientras que su goce localizado sobre el borde frena la investidura de los objetos. Los autistas señalan que les resulta particularmente difícil interpretar las emociones. Están “secretamente atrapados en una afectividad mutilada”, señala Williams;  “tienen sentimientos y sensaciones, pero que se han desarrollado en el aislamiento. No pueden verbalizarlos de manera normal”.
   “El cerebro, confirma Harrison, no recibe los mensajes del cuerpo, incluso si el cerebro y el cuerpo hacen su trabajo cada uno por su lado”. Grandin no duda en comparar su manera de pensar con la de la computadora. Todos los autistas que tienen perspectiva suficiente sobre su funcionamiento constatan, como Tammet, que ellos no comprenden las emociones. “Eran cosas que me pasaban, dice, eso es todo, venidas de ninguna parte”. Insisten sobre su incapacidad para captar y expresar el goce y la vida emocional por medio del lenguaje. El simbólico con el que los autistas se estructuran no se inscribe en el cuerpo y no es portador del goce vocal, de allí la obligación de “comprender todo mediante el intelecto”, subrayada de entrada por Asperger. Los autistas se estructuran en un Otro de signos, ahora bien, el signo se aprende, mientras que el significante se incorpora.
  Cuando la clavija del significante-amo es defectuosa, el cuerpo es esencialmente percibido desde el exterior. “A falta de un sentido interno de mi cuerpo, confiesa Williams, había aprendido a funcionar sin él”, de modo que para aprehender su cuerpo en el espacio, ella debía verificarlo según su reflejo, o darse golpecitos, u observar las reacciones de los otros. Sin embargo, no todos funcionan de este modo. Por otra parte, las sensaciones propioceptivas difíciles de coordinar, les dan acceso a una motricidad a menudo torpe, y otras veces excelente (en su infancia, Williams podía balancearse en una rama de árbol a diez metros de altura). Lo que parece constante es que las emociones no producen afectos.
  Ciertos autistas de alto rendimiento logran una compensación remarcable de su dificultad para habitar el cuerpo. Conforme con la estructura del signo, la significación del cuerpo sólo adviene a partir de una representación. Para que el signo pueda captar la emoción, es necesario que ésta sea puesta en imágenes. Esto es exactamente lo que describe Harrison: “Los autistas tienen emociones pero deben importar el sentido de sus emociones a partir del exterior para poder tener acceso a ellas conscientemente”. De ello resulta que las emociones son aprehendidas de manera intelectual. “Quiero que me muestren las emociones”, pide D. Williams a una familia de amigos. […] Gracias a unas líneas y esquemas, pude ver la escala de la furia, la escala de la felicidad y la de la tristeza. Sobre estas líneas ellos marcaron las variantes inferiores y superiores: cansado, ocupado, irritado, agitado, enfadado, encolerizado y furioso. Intentaron mostrarme cómo cada estado podía traducirse sobre un rostro o reflejarse en las acciones”. Algunos autistas dan testimonio de una modificación subjetiva que se traduce por un sentimiento de pertenencia a su cuerpo.

M.M.: A partir de las funciones iniciales del borde, ¿cómo piensa usted las intervenciones del analista, en la dirección de "circunscribir el agujero, para transmutar en una falta menos inquietante con la que el sujeto pueda arreglárselas"?
J.-C.M.: A diferencia del psicótico, el autista no tiene el objeto en su bolsillo, más bien parece que lo guarda en su mano, es decir, que el control de ese objeto le importa más que nada. La particularidad de este modo de goce es lo que requiere un “forzamiento suave”. Esto es más que una actitud educativa, que toma en consideración los intereses del autista, se trata de un concepto psicoanalítico, que tiene en cuenta que el goce no es tratable sino por la falta. Debe ser un “forzamiento” porque inicialmente nada lleva al autista a afrontar por sí mismo la falta, es necesaria la insistencia de los padres, la presión social y un sufrimiento creciente de su soledad. Williams afirma que a ciertos niños autistas atrincherados en su encierro, hace falta enseñarles que “el mundo no cederá, y continuará exigiendo cosas sin cesar”, por eso, para que ese mundo no permanezca definitivamente cerrado para ellos, ella propone, y subraya, contra sus “propios sentimientos”, la necesidad de una “aproximación más fuertemente insistente”. Forzamiento necesario, entonces, pero debe ser “suave”, porque se trata de tener en cuenta el modo de defensa del autista, el cual consiste en guardar cierto control sobre el objeto de goce, él necesita tener la sensación de que no abandona demasiado ese control, de modo tal que la cesión de goce misma debe ser guardada en la mano. En primer lugar, indica Williams, para dar al niño el coraje de salir de su soledad interior, se trata de darle confianza y animarlo aceptándolo tal como es. Es así que podemos despertar su interés por el mundo, pero, precisa ella, sus primeras exploraciones, “hay que saberlo, no podrán hacerse más que en las condiciones que él conoce, las suyas”. Se trata entonces de crear un ambiente reasegurador, de manera que el autista pueda asumir el riesgo de ejercitarse en una cesión voluntaria y no mecánica de sus objetos pulsionales. Con un niño como Joey, quien, cuando se sentaba en el inodoro, temía perder sus vísceras, o ser tragado por el baño, el primer gesto del equipo de Bettelheim fue “animarlo a hacerlo donde, cuando y como el quería”. Permitir al niño autista proceder a una cesión precavida del objeto pulsional favorece la localización del goce sobre un borde, haciendo así posible un tratamiento controlado del exceso de goce. Al principio, el autista tiene necesidad de contactos no amenazantes: no mirarlos, no tocarlos, no aproximarse demasiado, demandarle lo menos posible, no “hacerle hacer”, dejarlo venir. Luego se trata de tomar apoyo sobre los intereses del sujeto, y no sobre una concepción rígida de la “normalidad”.
En las oportunidades en las que el autista ha asumido la decisión de acceder a unas pérdidas sostenidas sobre el borde, se produce su vaciamiento (por reducción a un elemento, por una reproducción menos engorrosa, por sustitución, etc.) Es necesario un entorno benevolente que busque valorizar las capacidades del sujeto. La evolución sobre el espectro del autismo sucede regularmente por una caída de los primeros objetos autísticos y por una toma de distancia respecto de los dobles, de modo que el vaciamiento del borde conduce a su reducción a un interés específico. Esta lógica, escandida por pérdidas sucesivas, no responden a la de un aumento de la información, sino a la del tratamiento del goce mediante cortes. La orientación psicoanalítica incita a favorecer la construcción del borde, y luego su vaciamiento.




Traducción : Ana Cecilia González

Versión no corregida por el autor

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