Alejandro Olivos
La
cuestión de los autismos constituye hoy en día la piedra angular de la
reflexión sobre la convergencia/divergencia entre las nociones relativas a la
irreductible singularidad del sujeto y los avances de las neurociencias, las
cuales, por su método y su lógica, producen un saber universal que procede de
una « ideología de la supresión del sujeto »[1], según la expresión de Jacques Lacan
en Radiophonie.
A mediados de los años 2000 surge en Francia el Libro negro del psicoanálisis, trabajo colectivo que escandía la batalla encarnizada que oponía a los psicoanalistas y los partidarios de las terapias cognitivo-conductuales (TCC), basadas en el aprendizaje y el condicionamiento. Dicha oposición se centraba alrededor de la cuestión de la evaluación de las psicoterapias. Las TCC venían siendo evaluadas desde hacía unos veinte años por estudios anglosajones con resultados muy convincentes. En efecto, siendo el objetivo de dichas psicoterapias la erradicación de un síntoma puntual y aislado –y esto en un corto lapso de tiempo, de acuerdo a los intereses de las burocracias sanitarias–, su evaluación no podía sino atribuirles una eficacia sorprendente, dado que el conjunto de la vida anímica del sujeto –sin mencionar las ulteriores recidivas y desplazamientos del síntoma– no tiene cabida en los protocolos de evaluación.
En el fondo, lo que estaba en juego en esta disputa era, y sigue siéndolo actualmente, el mercado de lo mental: ¿hasta qué punto se puede mercantilizar lo mental en una sociedad de libertad y en un Estado de derecho? El psicoanálisis constituye hoy en día uno de los últimos enclaves en dónde no vale la relación costo-beneficio; es tanto más necesario y tanto más atacado en la medida que la relación de rentabilidad gobierna todo el resto de nuestra sociedad.
Por otro lado, y en la misma época, es publicado en Francia un informe pericial del INSERM [Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica] el cual, sobre la base de estudios internacionales, concluía que las TCC son más eficaces que las “psicoterapias relacionales”. Ahora bien, el tratamiento de los trastornos autísticos constituía la piedra angular de la argumentación en contra del psicoanálisis y de la demostración de la supuesta eficacia del enfoque cognitivo-conductual, situándose al centro de la disputa que oponía a psicoanalistas y partidarios de las TCC. Así, el año 2012, la HAS [Alta Autoridad de Salud] publica un informe relativo a las “buenas prácticas concerniendo al autismo”, en el cual se recomendaba exclusivamente el enfoque cognitivo-conductual cristalizado en el método ABA y el programa educativo TEACCH, mientras que el psicoanálisis se veía atribuir el calificativo de “práctica no-recomendada”.
Los orígenes de este debate se remontan a la década de los ochenta, con la aparición del DSM-III, el cual opera un cambio de paradigma concerniendo la cuestión de los autismos. Anunciado como un progreso científico, este cambio de paradigma generó un desplazamiento desde la noción de enfermedad mental hacia la de hándicap. Una enfermedad es, por definición, un proceso evolutivo, relacionado con uno o más agentes patógenos –conocidos o desconocidos– que, aun siendo actualmente incurable, puede, por derecho, sanar cuando se encuentre su remedio: tiene vocación de ser tratada. La noción de hándicap, en cambio, presupone una desviación fija respecto de la norma, compuesta por un déficit y una incapacidad más o menos marcadas que constituyen una desventaja para el sujeto, dificultando su adaptación al entorno y pudiendo solamente ser compensadas. Implica una rehabilitación y un reforzamiento de las capacidades restantes, así como el desarrollo de nuevas capacidades a través de prótesis y de un reordenamiento del entorno. En el ámbito del autismo, este cambio de paradigma llevó a promover el enfoque cognitivo-conductual y a condenar firmemente la denominación de psicosis, término que supuestamente implicaba una etiología psicogenética, marcado por la referencia a las ideas freudianas. Este movimiento –caracterizado, entre otras cosas, por un retorno a la óptica organicista y a la Teoría de la Degeneración[2] reformuladas en el lenguaje de la genética moderna– concibe los trastornos autísticos como precozmente fijados, a la manera de los hándicaps no-evolutivos, atribuyendo de este modo una dimensión pasiva al sujeto, el cual padecería los efectos de una perturbación sensorial central o de un déficit en la activación de tal o cual región de la corteza cerebral.
En la orientación lacaniana en cambio, el autismo es concebido, no como un hándicap fijo e irreversible, sino como una posición subjetiva, en relación con una elección del sujeto autista que pone en juego la « insondable decisión del ser »[3], según la expresión de Jacques Lacan.
La noción de autismo, en tanto síndrome específico, surge en la década de 1940 a partir de los trabajos de Leo Kanner en el servicio de psiquiatría infantil del Hospital Johns Hopkins de Baltimore. La observación de once niños seguidos desde 1938 le permitió llevar a cabo la delimitación precisa del cuadro clínico en su célebre artículo de 1943 titulado Autistic disturbances of affective contact[4]. Sin embargo, el término autismo había sido acuñado mucho antes, y se puede decir que forma parte de la historia misma del movimiento psicoanalítico y de sus escisiones respecto de la ortodoxia freudiana. En efecto, dicho término fue introducido en la terminología psiquiátrica por Eugen Bleuler en su monografía de 1911 titulada Dementia Praecox oder Gruppe der Schizophrenien, para calificar la actitud hacia el mundo exterior en la esquizofrenia.
Eugen Bleuler, quien conocía el psicoanálisis de Freud a través de los trabajos de Carl Gustav Jung en la clínica psiquiátrica Burghölzli de Zúrich, aplicó las teorías freudianas a la observación de lo que Emil Kraepelin había llamado dementia praecox, desarrollando así la concepción psicodinámica del síndrome, para el cual propone un nuevo nombre: la esquizofrenia. El autismo se refiere a la actitud de retraimiento e indiferencia hacia el mundo exterior que se observa en la esquizofrenia. En una nota a pie de página de la monografía previamente citada, Bleuler precisa que el término autismo corresponde punto por punto a lo que Freud denomina autoerotismo, pero que prefiere acuñar un nuevo término ya que considera que la dimensión erótica no basta para dar cuenta del retraimiento esquizofrénico. Como es sabido, Bleuler y Jung se separan de la ortodoxia freudiana a partir de las divergencias respecto de la teoría de la libido: sus concepciones no son compatibles con la predominancia que Freud atribuyó, desde siempre, a la esfera sexual en el determinismo de los trastornos anímicos. Esto es lo que se conoce como la “segunda disidencia” en el movimiento psicoanalítico, después que Alfred Adler operara la primera al renunciar a la Sociedad Psicoanalítica en 1911. Así, la noción de autismo surge entonces, podríamos decir, como un “autoerotismo sin Eros”.
La cuestión de los autismos puede ser abordada tomando como punto de partida la tesis freudiana según la cual toda psicología es colectiva. No hay psicología sino colectiva, por una razón fundamental, a saber, que la psicología que nos ocupa a nosotros es la psicología de los seres hablantes. Ser hablante es tener una relación al Otro. No hay sujeto sino en relación al Otro. Ahora bien, la psicosis en general puede ser entendida como una modalidad en la cual el sujeto se encuentra en ruptura con la relación social, relación fundada sobre el hecho de hablar, que implica que cada cual tiene una relación al Otro y que dicha relación es decisiva respecto de su posición subjetiva. La psicosis testimonia, en efecto, de una posición subjetiva caracterizada más bien por la soledad. De una cierta manera, podemos decir, en general, que el sujeto no está nunca solo. El sujeto es siempre sujeto en relación al Otro, el cual existe por el solo hecho de hablar. El hecho mismo de hablar implica que hay un Otro. Entonces, desde esta perspectiva, el autismo podría ser entendido como aquella posición subjetiva en la cual el sujeto está verdaderamente solo. Es así, de hecho, como algunos alumnos de Lacan –Rosine y Robert Lefort– han conceptualizado el autismo, a saber: el autista sería un sujeto para el cual no hay Otro, un sujeto que estaría radicalmente solo. El autismo vendría a ser, de este modo, la manifestación clínica de la soledad absoluta.
Esta tesis ha de ser matizada, por supuesto: es pertinente para dar cuenta, por ejemplo, de ciertos casos de autismo tipo Kanner, o de algunas descripciones de Bruno Bettelheim o de Frances Tustin. Sin embargo, la clínica del autismo es mucho más compleja y diversa, como dan cuenta, notablemente, los sujetos llamados autistas de alto nivel, quienes testimonian de una manera singular de relación al Otro del lenguaje. En esos casos la cuestión se plantea, más bien, en el registro del enunciado y la enunciación, en el sentido de una carencia enunciativa, siguiendo los desarrollos de Jean-Claude Maleval.
De una manera general, tal como lo señalábamos anteriormente, el autismo es concebido como una posición subjetiva en relación con una elección del sujeto autista. Ahora bien, una manera más específica de abordar la cuestión es refiriéndose a los desarrollos de Lacan en el Seminario XI sobre la alienación y la separación. La alienación da cuenta de la entrada en el lenguaje, la cual conlleva una cierta pérdida de autonomía e independencia del sujeto con respecto al Otro, al Otro en tanto tesoro del significante, es decir el conjunto de los S2. Es ésta una operación del sujeto del significante – $ –, o más precisamente, la producción, a través de la alienación, del sujeto del significante, el cual podrá entonces aislar un significante-amo que lo representa, lo que escribimos con el matema S1. Con respecto a la separación, se trata en esta operación de situar el significante del lado del Otro y de aislar algo que se deposita como resto, y que concierne al objeto. Lacan utiliza la expresión “extracción del objeto” para dar cuenta de la operación, a nivel del goce, que se produce a partir de la separación. Ahora bien, es justamente esta operación la que no se produce en la psicosis, o que resulta difícil de situar en los casos de psicosis: la extracción del objeto plus-de-goce. Desde este punto de vista, el autismo podría ser entendido como una manifestación radical de la falla a nivel de la operación de separación. El sujeto autista estaría, en grado extremo, alienado al Otro, al punto que no habría separación alguna con respecto al Otro.
Notemos, sin embargo, que esta tesis no permite establecer un diagnóstico diferencial entre autismo y psicosis. Así, numerosos son los autores para quienes la especificidad del autismo concierne más bien la operación de alienación, como veremos más adelante.
La tesis sobre la ausencia de separación pareciera confirmarse en la clínica: el sujeto autista se encuentra en una especie de banda de Möebius, en una cierta continuidad entre el sujeto y el Otro, cuyas manifestaciones clínicas se observan, por ejemplo, en el horror de ciertos autistas frente a los orificios y los agujeros, que implica la imposibilidad, o la dificultad mayor, de ir al baño al momento de la defecación. Otro ejemplo sería, siguiendo a Fabián Fajnwaks en su comentario sobre la alienación y la separación[5], la angustia que suscita en el sujeto autista el hecho de ser mirado. En este sentido, el caso de Marie-Françoise da cuenta de las tentativas del sujeto autista por constituir una zona de borde entre el sujeto y el Otro. Cuando Rosine Lefort le habla, Marie-Françoise intenta introducir su dedo en la boca de la terapeuta, o bien en sus ojos, y comienza a interesarse en su mirada. Se trata entonces de una tentativa de bordear, de constituir una zona de borde entre el sujeto y el Otro, el cual comienza a separarse a través de la presencia del analista, que habla poco y se da ahí como un objeto. Entonces, desde la perspectiva del Seminario XI, el horror o el interés –ambos son correlativos– del sujeto autista por los orificios y agujeros vendrían a dar cuenta de la no-instauración de lo que Freud llamaba zona erógena, a saber, una zona de borde entre el sujeto y el Otro.
Estos fenómenos, frecuentemente observados en la clínica del sujeto autista, pueden ser abordados desde un punto de vista topológico, tal como lo sugiere Éric Laurent en la conferencia Los autistas. Sus objetos, sus mundos, pronunciada el año 2013 en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires:
« El tercer punto en el cual el autismo nos convoca es una topología especial […] Se puede decir que el espacio que construye, en el cual vive el sujeto autista, no tiene agujeros, en el sentido de un agujero delimitado por un borde simbólico, en el cual uno puede depositar algo, puede separarse de algo.
Hay que concebir el espacio en el cual viven los sujetos autistas como algo en lo que, si hay un hueco, éste no tiene bordes, no tiene límites simbólicos, y se presenta de manera muy inquietante.
Y esto llevó a la gran clínica psicoanalítica kleiniana, Frances Tustin, a hablar del autismo como el “gran agujero negro”. Pero hay que ver que este agujero negro no está articulado con el espacio. Precisamente, se añade como una amenaza constante en la cual el sujeto mismo puede caer. Es la razón por la cual no es una contradicción decir que el espacio del sujeto autista no tiene agujeros como tal. »[6]
A mediados de los años 2000 surge en Francia el Libro negro del psicoanálisis, trabajo colectivo que escandía la batalla encarnizada que oponía a los psicoanalistas y los partidarios de las terapias cognitivo-conductuales (TCC), basadas en el aprendizaje y el condicionamiento. Dicha oposición se centraba alrededor de la cuestión de la evaluación de las psicoterapias. Las TCC venían siendo evaluadas desde hacía unos veinte años por estudios anglosajones con resultados muy convincentes. En efecto, siendo el objetivo de dichas psicoterapias la erradicación de un síntoma puntual y aislado –y esto en un corto lapso de tiempo, de acuerdo a los intereses de las burocracias sanitarias–, su evaluación no podía sino atribuirles una eficacia sorprendente, dado que el conjunto de la vida anímica del sujeto –sin mencionar las ulteriores recidivas y desplazamientos del síntoma– no tiene cabida en los protocolos de evaluación.
En el fondo, lo que estaba en juego en esta disputa era, y sigue siéndolo actualmente, el mercado de lo mental: ¿hasta qué punto se puede mercantilizar lo mental en una sociedad de libertad y en un Estado de derecho? El psicoanálisis constituye hoy en día uno de los últimos enclaves en dónde no vale la relación costo-beneficio; es tanto más necesario y tanto más atacado en la medida que la relación de rentabilidad gobierna todo el resto de nuestra sociedad.
Por otro lado, y en la misma época, es publicado en Francia un informe pericial del INSERM [Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica] el cual, sobre la base de estudios internacionales, concluía que las TCC son más eficaces que las “psicoterapias relacionales”. Ahora bien, el tratamiento de los trastornos autísticos constituía la piedra angular de la argumentación en contra del psicoanálisis y de la demostración de la supuesta eficacia del enfoque cognitivo-conductual, situándose al centro de la disputa que oponía a psicoanalistas y partidarios de las TCC. Así, el año 2012, la HAS [Alta Autoridad de Salud] publica un informe relativo a las “buenas prácticas concerniendo al autismo”, en el cual se recomendaba exclusivamente el enfoque cognitivo-conductual cristalizado en el método ABA y el programa educativo TEACCH, mientras que el psicoanálisis se veía atribuir el calificativo de “práctica no-recomendada”.
Los orígenes de este debate se remontan a la década de los ochenta, con la aparición del DSM-III, el cual opera un cambio de paradigma concerniendo la cuestión de los autismos. Anunciado como un progreso científico, este cambio de paradigma generó un desplazamiento desde la noción de enfermedad mental hacia la de hándicap. Una enfermedad es, por definición, un proceso evolutivo, relacionado con uno o más agentes patógenos –conocidos o desconocidos– que, aun siendo actualmente incurable, puede, por derecho, sanar cuando se encuentre su remedio: tiene vocación de ser tratada. La noción de hándicap, en cambio, presupone una desviación fija respecto de la norma, compuesta por un déficit y una incapacidad más o menos marcadas que constituyen una desventaja para el sujeto, dificultando su adaptación al entorno y pudiendo solamente ser compensadas. Implica una rehabilitación y un reforzamiento de las capacidades restantes, así como el desarrollo de nuevas capacidades a través de prótesis y de un reordenamiento del entorno. En el ámbito del autismo, este cambio de paradigma llevó a promover el enfoque cognitivo-conductual y a condenar firmemente la denominación de psicosis, término que supuestamente implicaba una etiología psicogenética, marcado por la referencia a las ideas freudianas. Este movimiento –caracterizado, entre otras cosas, por un retorno a la óptica organicista y a la Teoría de la Degeneración[2] reformuladas en el lenguaje de la genética moderna– concibe los trastornos autísticos como precozmente fijados, a la manera de los hándicaps no-evolutivos, atribuyendo de este modo una dimensión pasiva al sujeto, el cual padecería los efectos de una perturbación sensorial central o de un déficit en la activación de tal o cual región de la corteza cerebral.
En la orientación lacaniana en cambio, el autismo es concebido, no como un hándicap fijo e irreversible, sino como una posición subjetiva, en relación con una elección del sujeto autista que pone en juego la « insondable decisión del ser »[3], según la expresión de Jacques Lacan.
La noción de autismo, en tanto síndrome específico, surge en la década de 1940 a partir de los trabajos de Leo Kanner en el servicio de psiquiatría infantil del Hospital Johns Hopkins de Baltimore. La observación de once niños seguidos desde 1938 le permitió llevar a cabo la delimitación precisa del cuadro clínico en su célebre artículo de 1943 titulado Autistic disturbances of affective contact[4]. Sin embargo, el término autismo había sido acuñado mucho antes, y se puede decir que forma parte de la historia misma del movimiento psicoanalítico y de sus escisiones respecto de la ortodoxia freudiana. En efecto, dicho término fue introducido en la terminología psiquiátrica por Eugen Bleuler en su monografía de 1911 titulada Dementia Praecox oder Gruppe der Schizophrenien, para calificar la actitud hacia el mundo exterior en la esquizofrenia.
Eugen Bleuler, quien conocía el psicoanálisis de Freud a través de los trabajos de Carl Gustav Jung en la clínica psiquiátrica Burghölzli de Zúrich, aplicó las teorías freudianas a la observación de lo que Emil Kraepelin había llamado dementia praecox, desarrollando así la concepción psicodinámica del síndrome, para el cual propone un nuevo nombre: la esquizofrenia. El autismo se refiere a la actitud de retraimiento e indiferencia hacia el mundo exterior que se observa en la esquizofrenia. En una nota a pie de página de la monografía previamente citada, Bleuler precisa que el término autismo corresponde punto por punto a lo que Freud denomina autoerotismo, pero que prefiere acuñar un nuevo término ya que considera que la dimensión erótica no basta para dar cuenta del retraimiento esquizofrénico. Como es sabido, Bleuler y Jung se separan de la ortodoxia freudiana a partir de las divergencias respecto de la teoría de la libido: sus concepciones no son compatibles con la predominancia que Freud atribuyó, desde siempre, a la esfera sexual en el determinismo de los trastornos anímicos. Esto es lo que se conoce como la “segunda disidencia” en el movimiento psicoanalítico, después que Alfred Adler operara la primera al renunciar a la Sociedad Psicoanalítica en 1911. Así, la noción de autismo surge entonces, podríamos decir, como un “autoerotismo sin Eros”.
La cuestión de los autismos puede ser abordada tomando como punto de partida la tesis freudiana según la cual toda psicología es colectiva. No hay psicología sino colectiva, por una razón fundamental, a saber, que la psicología que nos ocupa a nosotros es la psicología de los seres hablantes. Ser hablante es tener una relación al Otro. No hay sujeto sino en relación al Otro. Ahora bien, la psicosis en general puede ser entendida como una modalidad en la cual el sujeto se encuentra en ruptura con la relación social, relación fundada sobre el hecho de hablar, que implica que cada cual tiene una relación al Otro y que dicha relación es decisiva respecto de su posición subjetiva. La psicosis testimonia, en efecto, de una posición subjetiva caracterizada más bien por la soledad. De una cierta manera, podemos decir, en general, que el sujeto no está nunca solo. El sujeto es siempre sujeto en relación al Otro, el cual existe por el solo hecho de hablar. El hecho mismo de hablar implica que hay un Otro. Entonces, desde esta perspectiva, el autismo podría ser entendido como aquella posición subjetiva en la cual el sujeto está verdaderamente solo. Es así, de hecho, como algunos alumnos de Lacan –Rosine y Robert Lefort– han conceptualizado el autismo, a saber: el autista sería un sujeto para el cual no hay Otro, un sujeto que estaría radicalmente solo. El autismo vendría a ser, de este modo, la manifestación clínica de la soledad absoluta.
Esta tesis ha de ser matizada, por supuesto: es pertinente para dar cuenta, por ejemplo, de ciertos casos de autismo tipo Kanner, o de algunas descripciones de Bruno Bettelheim o de Frances Tustin. Sin embargo, la clínica del autismo es mucho más compleja y diversa, como dan cuenta, notablemente, los sujetos llamados autistas de alto nivel, quienes testimonian de una manera singular de relación al Otro del lenguaje. En esos casos la cuestión se plantea, más bien, en el registro del enunciado y la enunciación, en el sentido de una carencia enunciativa, siguiendo los desarrollos de Jean-Claude Maleval.
De una manera general, tal como lo señalábamos anteriormente, el autismo es concebido como una posición subjetiva en relación con una elección del sujeto autista. Ahora bien, una manera más específica de abordar la cuestión es refiriéndose a los desarrollos de Lacan en el Seminario XI sobre la alienación y la separación. La alienación da cuenta de la entrada en el lenguaje, la cual conlleva una cierta pérdida de autonomía e independencia del sujeto con respecto al Otro, al Otro en tanto tesoro del significante, es decir el conjunto de los S2. Es ésta una operación del sujeto del significante – $ –, o más precisamente, la producción, a través de la alienación, del sujeto del significante, el cual podrá entonces aislar un significante-amo que lo representa, lo que escribimos con el matema S1. Con respecto a la separación, se trata en esta operación de situar el significante del lado del Otro y de aislar algo que se deposita como resto, y que concierne al objeto. Lacan utiliza la expresión “extracción del objeto” para dar cuenta de la operación, a nivel del goce, que se produce a partir de la separación. Ahora bien, es justamente esta operación la que no se produce en la psicosis, o que resulta difícil de situar en los casos de psicosis: la extracción del objeto plus-de-goce. Desde este punto de vista, el autismo podría ser entendido como una manifestación radical de la falla a nivel de la operación de separación. El sujeto autista estaría, en grado extremo, alienado al Otro, al punto que no habría separación alguna con respecto al Otro.
Notemos, sin embargo, que esta tesis no permite establecer un diagnóstico diferencial entre autismo y psicosis. Así, numerosos son los autores para quienes la especificidad del autismo concierne más bien la operación de alienación, como veremos más adelante.
La tesis sobre la ausencia de separación pareciera confirmarse en la clínica: el sujeto autista se encuentra en una especie de banda de Möebius, en una cierta continuidad entre el sujeto y el Otro, cuyas manifestaciones clínicas se observan, por ejemplo, en el horror de ciertos autistas frente a los orificios y los agujeros, que implica la imposibilidad, o la dificultad mayor, de ir al baño al momento de la defecación. Otro ejemplo sería, siguiendo a Fabián Fajnwaks en su comentario sobre la alienación y la separación[5], la angustia que suscita en el sujeto autista el hecho de ser mirado. En este sentido, el caso de Marie-Françoise da cuenta de las tentativas del sujeto autista por constituir una zona de borde entre el sujeto y el Otro. Cuando Rosine Lefort le habla, Marie-Françoise intenta introducir su dedo en la boca de la terapeuta, o bien en sus ojos, y comienza a interesarse en su mirada. Se trata entonces de una tentativa de bordear, de constituir una zona de borde entre el sujeto y el Otro, el cual comienza a separarse a través de la presencia del analista, que habla poco y se da ahí como un objeto. Entonces, desde la perspectiva del Seminario XI, el horror o el interés –ambos son correlativos– del sujeto autista por los orificios y agujeros vendrían a dar cuenta de la no-instauración de lo que Freud llamaba zona erógena, a saber, una zona de borde entre el sujeto y el Otro.
Estos fenómenos, frecuentemente observados en la clínica del sujeto autista, pueden ser abordados desde un punto de vista topológico, tal como lo sugiere Éric Laurent en la conferencia Los autistas. Sus objetos, sus mundos, pronunciada el año 2013 en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires:
« El tercer punto en el cual el autismo nos convoca es una topología especial […] Se puede decir que el espacio que construye, en el cual vive el sujeto autista, no tiene agujeros, en el sentido de un agujero delimitado por un borde simbólico, en el cual uno puede depositar algo, puede separarse de algo.
Hay que concebir el espacio en el cual viven los sujetos autistas como algo en lo que, si hay un hueco, éste no tiene bordes, no tiene límites simbólicos, y se presenta de manera muy inquietante.
Y esto llevó a la gran clínica psicoanalítica kleiniana, Frances Tustin, a hablar del autismo como el “gran agujero negro”. Pero hay que ver que este agujero negro no está articulado con el espacio. Precisamente, se añade como una amenaza constante en la cual el sujeto mismo puede caer. Es la razón por la cual no es una contradicción decir que el espacio del sujeto autista no tiene agujeros como tal. »[6]
Esta topología nos brinda una nueva perspectiva para entender
el horror y el interés de ciertos autistas frente a los orificios y los
agujeros. La primera descripción clínica de dicho fenómeno es el caso de los Lefort, el “Niño del Lobo”, que gritaba delante del
agujero del baño aterrorizado, porque no podía hacer entrar sus heces dentro
del baño o separarse del objeto: en el
registro de lo real no hay agujeros, salvo el que trata de crear una
automutilación. En efecto, este niño, en la habitación que compartía con una
niña de la que también se ocupaba Rosine Lefort, trata de cortarse el pene con
unas tijeras, felizmente de plástico lo cual evita que se haga daño, en una
tentativa de mutilación, de castración en
lo real. Se trata, entonces, de producir una negatividad, un agujero, dado
que, como dice Lacan en el Seminario X,
« a lo real no le falta nada »[7].
Siguiendo a Éric Laurent, si aceptamos la idea de que los niños autistas están sumergidos en lo real, ellos nos enseñan algo, precisamente, sobre qué es ese real que tratamos de explorar:
« En efecto, ellos tienen acceso a esa dimensión terrible en la que nada falta, porque nada puede faltar. No hay agujero, de modo que nada puede ser extraído para ser puesto en ese agujero, que no existe. […]'
J.-A. Miller nos invita a considerarlo como una especie de falta del agujero. Por mi parte, propondría hablar de forclusión del agujero, si se acepta extender la forclusión hasta este punto. Esta forclusión hace al mundo invivible y empuja al sujeto a producir un agujero mediante un forzamiento, vía una automutilación, para encontrarle una salida al demasiado-de-goce que invade su cuerpo. […] Esta forclusión del agujero, este trauma del agujero —troumatisme, decía Lacan en un famoso neologismo— se puede advertir en los sujetos autistas. »[8]
Para el “Niño del Lobo”, la tentativa de castración en lo real sería entonces una manera de enfrentarse a la forclusión del agujero o, dicho de otro modo, al hecho de que no hay agujero en esta dimensión de lo real.
Retomando la tesis de la ausencia de separación para el sujeto autista, recordemos que alienación y separación son operaciones correlativas, es decir una conlleva la otra, y es únicamente con fines heurísticos que las abordamos separadamente. Ahora bien, la separación es una operación que concierne al goce. En este sentido, resulta muy útil la distinción que propone Jacques-Alain Miller entre alienación y separación en lo que respecta al diagnóstico diferencial. En la neurosis y en la psicosis tenemos siempre la posición de alienación, de tal manera que resulta muy difícil distinguir ambas estructuras y orientarse en la clínica, ya que en ambos casos tenemos la relación del sujeto con el significante. Ahí donde la distinción se vuelve más clara es cuando interrogamos la posición del sujeto con respecto al goce, y ahí, efectivamente, es del lado de la separación que vamos a interrogar si hay extracción del objeto y producción de un significante-amo, es decir de un S1, trazo unario que representa al sujeto según la célebre fórmula de Lacan: un significante es aquello que representa a un sujeto ante otro significante. Esto, como sabemos, no ocurre en las psicosis, y podemos suponer que tampoco ocurre en los autismos, dando de ello testimonio, de manera paradigmática, el fenómeno clínico de la verborrea. En efecto, es un error pensar que los autistas no hablan. Lacan, en la célebre Conferencia de Ginebra sobre el síntoma, se refiere a ellos como « más bien verbosos »[9]. Los sujetos descritos por Leo Kanner en su artículo princeps de 1943 no sólo hablaban, sino que hablaban mucho. Yo he conocido sujetos, por ejemplo, que pueden describir todas las líneas del metro de París, nombrando una por una las estaciones y correspondencias, o que pueden enumerar todos los paraderos de la línea de bus que toman para venir al hospital de día en el que trabajo. A la manera de Rain Man. Es decir, el sujeto autista produce una especie de cascada de significantes, de S2, sin que haya un S1 para dar coherencia y orientación a esta verborrea, a esta lluvia de significantes no-articulados por un significante-amo. Se trata entonces de una carencia enunciativa, en el sentido que el sujeto se encuentra en la incapacidad de asumir una posición de enunciación a partir de un S1, significante-amo que vendría a ordenar toda esa cascada de S2.
Tal como lo señalábamos anteriormente, la tesis de la ausencia de separación no permite diferenciar claramente autismo y psicosis. Se plantea, entonces, la cuestión de la estructura: ¿es lícito considerar al autismo dentro del marco general de las psicosis, como lo sostienen los partidarios del modelo continuista, o bien constituye una estructura independiente, caracterizada por elementos estructurales dominantes y claramente identificables? Rosine y Robert Lefort sostienen la tesis de una estructura autística autónoma, separada de la estructura psicótica, que se caracterizaría, entre otras cosas, por la ausencia del Otro:
« La cuestión se plantea acerca de una “estructura autística” que, sin presentarse como el cuadro clínico del autismo propiamente tal, lo evoca por sus elementos estructurales dominantes y claramente identificables. Esta estructura vendría en cuarto lugar respecto de las grandes estructuras: neurosis, psicosis, perversión, autismo.
Si la cuestión de la estructura autística se plantea, es en condiciones bien particulares, ya que la dinámica de la transferencia le es supuesta al mismo tiempo que nos permite afirmar que el Otro para el autista está ausente. […]
En el autismo – he ahí la diferencia fundamental – no hay Otro, por lo tanto no hay objeto, ya que el sujeto no podría hacer del Otro su portador, ningún Otro podría ser el origen de su demanda, ni de su pulsión, S→D. […] A falta de notarlo, de subrayarlo, seguirán confundiéndose autismo y psicosis. »[10]
La cuestión de la especificidad estructural del autismo ha suscitado numerosos debates dentro del Campo Freudiano. Durante una discusión sobre el tema, publicada bajo el título La Conversation de Clermont, Jean-Claude Maleval sostiene, tal como los Lefort, que el autismo constituye una cuarta estructura, pero no por las mismas razones, poniendo especialmente el acento en las modalidades de evolución del cuadro clínico:
« Dado que hay forclusión en el autismo, se podría decir que es una psicosis. ¿Por qué razones prefiero no decirlo? Respecto de la tesis de R. y R. Lefort, me parece que una especie de contradicción existe entre la afirmación, por una parte, que el autismo es una cuarta estructura, y que, por otra parte, evoluciona hacia la psicosis. Sostengo que el autismo es una cuarta estructura ya que no evoluciona hacia la psicosis, sino hacia el autismo. El autismo evoluciona hacia el autismo. »[11]
La tesis de la forclusión en el autismo es comúnmente admitida entre los autores de orientación lacaniana, centrándose el debate en la cuestión de la especificidad de dicha modalidad forclusiva. Una de las indicaciones que nos ha dado el doctor Lacan es que en la posición autística, entendida en sentido amplio, como el autismo del caso Dick de Melanie Klein, o el caso Roberto –el “Niño del lobo”– de Rosine Lefort, el niño autista está alucinado. Decir que hay alucinación implica inmersión del simbólico en el real: « Este niño vive exclusivamente en el real. Si el término alucinación significa algo, es precisamente este sentimiento de realidad »[12]. Por lo tanto, ¿cómo calificar esta modalidad forclusiva? Si hay Otro, éste funciona como pura exterioridad de todos los significantes. En este sentido, el autismo constituiría una modalidad radical de la forclusión psicótica. La ausencia de toda “prótesis imaginaria” posible es uno de los aspectos particularmente notorios, así como la ausencia de delirio, con lo que éste conlleva de mixtura de imaginario y simbólico. En el nº 29 de los Feuillets du Courtil consagrado al autismo infantil precoz, Fabienne Hody aporta algunas precisiones acerca de esta modalidad radical de la forclusión, caracterizada por el rechazo de todos los significantes:
« Si hay forclusión en el autismo, tal como lo sostienen los Lefort, ésta no se sitúa al mismo nivel que en la psicosis, no se trata de la forclusión de un significante en particular como el Nombre-del-Padre, sino del rechazo de todos los significantes. Es una modalidad radical de la forclusión psicótica que se sitúa al nivel de la Bejahung, tal como Freud la explicita en el Entwurf. »[13]
En un artículo publicado en el nº 66 de La Cause Freudienne, Éric Laurent interroga la especificidad de esta modalidad forclusiva, así como sus consecuencias respecto de la distinción estructural del autismo infantil precoz:
« Es especialmente a partir de 1992 que Robert y Rosine Lefort se han orientado hacia una separación del autismo del marco general de las psicosis. ¿Había que separarlas por una modalidad particular de la forclusión, que provoca el rechazo de todos los significantes, o por una modalidad particular del retorno del goce en el cuerpo? »[14]
He aquí una de las tesis mayores en el abordaje del autismo dentro del Campo freudiano, el retorno del goce en un borde, tesis que nos brinda las herramientas necesarias para establecer el diagnóstico diferencial entre autismo y psicosis.
La cuestión del retorno del goce había sido introducida en los años ochenta por Jacques-Alain Miller, quién había propuesto reconsiderar los aportes de Lacan ya no ordenando la clínica de las psicosis exclusivamente a partir de la forclusión del Nombre-del-Padre, sino que sistematizando la problemática del objeto. En el Seminario XI, Lacan da una nueva presentación del niño como sujeto, poniendo el acento no tanto sobre la vertiente de la alienación al Otro, sino sobre la de la separación como causación del sujeto por el objeto a. Será el punto de partida de una nueva conceptualización de las psicosis en la École de la Cause freudienne, en los años ochenta, a través de la cuestión del objeto, que encontrará su puntuación mayor con el texto de Jacques-Alain Miller Clinique ironique:
« Esto nos permite dar un sentido nuevo a lo que llamamos psicosis. Es a eso a lo que Lacan nos conduce. La psicosis es esta estructura clínica en la cual el objeto no está perdido, en donde el sujeto lo tiene a su disposición. De ahí que Lacan podía decir que el loco es el hombre libre. »[15]
Son particularmente las psicosis del niño las que inspiran a Lacan, en 1964, una nueva teoría de las psicosis alrededor de la noción de holofrase, término que designa un estado particular del significante, caracterizado por el congelamiento de la pareja significante, un estado no-dialectizable del significante el cual, incorporado, produce un efecto de reunión del goce y del cuerpo. Siguiendo a Jean-Robert Rabanel:
« El Seminario XI conduce a una nueva concepción de la psicosis, ya no en relación a la forclusión, sino a la holofrase del S1 y del “objeto en el bolsillo” para el psicótico. La serie: fenómeno psicosomático (FPS), psicosis y debilidad, que Lacan organiza en este Seminario encuentra en la holofrase su denominador común, a través de la acción del significante-completamente-solo —le signifiant-tout-seul—. La falta de “significantización” del goce que resulta, es decir de defensa contra lo real, resume en cierta medida lo que tienen en común FPS y psicosis. »[16]
Si bien la holofrase permite organizar esta serie, la noción de retorno del goce, luego de la incorporación del significante-completamente-solo, permite individualizar sus componentes y, así, distinguir FPS y psicosis. En un artículo de 1987 titulado Quelques réflexions sur le phénomène somatique[17], Jacques-Alain Miller especifica las diferentes modalidades del retorno del goce: retorno del goce en el lugar del Otro en la paranoia; retorno del goce generalizado a nivel del cuerpo en la esquizofrenia; retorno del goce, localizado, pero desplazado en el cuerpo como Otro, en el caso del FPS.
La problemática del goce permite, pues, un nuevo abordaje de la clínica de las psicosis: « en la psicosis, el Otro no está separado del goce; el fantasma paranoico implica la identificación del goce en el lugar del Otro »[18]. Así como Lacan se refería a los fenómenos de retorno en lo real –lo que está forcluido en lo simbólico retorna en lo real–, Jacques-Alain Miller había propuesto reordenar su enseñanza sistematizando las modalidades específicas del retorno del goce en las psicosis: en el lugar del Otro para el paranoico y en el propio cuerpo para el esquizofrénico. Durante las Jornadas sobre el autismo realizadas en Toulouse en septiembre de 1987, Éric Laurent completaba la serie propuesta por Miller avanzando que, en el caso del autismo, el goce retorna en lo que hace borde:
« Durante los años setenta, trabajé cinco o seis años en un hospital de día con niños autistas; en este contexto, yo había propuesto en 1987 que en el autismo, el retorno del goce no se efectúa, ni en el lugar del Otro como en la paranoia, ni en el propio cuerpo como en la esquizofrenia, sino más bien en un borde. »[19]
Si el goce se localiza en un objeto perdido para el neurótico, en un fetiche para el perverso, si retorna en el cuerpo para el esquizofrénico mientras que se encuentra identificado en el Otro para el paranoico, entonces el autismo se revela como un funcionamiento subjetivo original, caracterizado por el retorno del goce en un borde. Es pues a Éric Laurent a quien debemos la idea de una modalidad particular del retorno del goce, específica del autismo: en un borde.
La hipótesis del retorno del goce en un borde, de esta presencia opaca del goce en este curioso límite, encuentra su correlato clínico en la fenomenología del autismo infantil precoz, como lo veíamos en el caso de Marie-Françoise y el Niño del Lobo. En la clínica del autismo es frecuente la observación de « comportamientos de frontera »[20], según la expresión de Bettelheim: el niño autista permanece pegado a los muros, vacila ante el umbral de una puerta sin decidirse a avanzar o retroceder, se embadurna el rostro alrededor de ojos y labios, etcétera. Numerosas son, pues, las observaciones relativas a bordes, fronteras y umbrales. Lo que Bettelheim llamaba comportamiento de frontera –boundary behaviour– es una concretización de la noción de borde: al interior de esta frontera, tal como, por ejemplo, Laurie la había trazado con una cinta, estaban sus posesiones más preciadas unidas unas con otras, y ningún niño o adulto tenía el derecho de entrar en este espacio. Laurie se mantenía al interior de dicha frontera, la cual separaba su mundo privado del resto del universo.
Bettelheim señala, de manera muy pertinente, que el comportamiento de frontera está asociado a la preservación de la inmutabilidad. Como es sabido, el mantenimiento de lo mismo constituye uno de los dos síntomas patognomónicos del autismo en la concepción de Leo Kanner[21], a saber: “Aloneness” y “Sameness” [Inmutabilidad]. El borde delimita el mundo dentro del cual ésta última debe ser preservada. La “Sameness” identificada por Kanner en su descripción princeps de 1943 es un tratamiento de la marca indeleble del significante Uno sobre el cuerpo. Se trata, en efecto, de la reiteración del Uno, del Uno-completamente-solo [l’Un-tout-seul], según la expresión de Jacques-Alain Miller[22], como una de las formas que puede adoptar, en el lenguaje, el régimen real del significante-solo, o mejor dicho completamente-solo. Así, este esfuerzo hacia la pura repetición del Uno, ne varietur, esta clínica de la repetición pura del S1, o, más precisamente, para retomar otra expresión de Miller, esta pura « iteración »[23], daría cuenta de la voluntad de inmutabilidad que manifiesta el sujeto autista, su imperiosa necesidad de que las cosas obedezcan a un orden absoluto, inmutable y repetitivo, sin ninguna clase de interrupción.
Siguiendo a Éric Laurent, para fundar un abordaje psicoanalítico renovado de los autismos, es fundamental partir de la lectura que propone Jacques-Alain Miller del goce del Uno en la última enseñanza de Lacan:
« En la última enseñanza de Lacan, ultimísima según el título que eligió Jacques-Alain […], la promoción del goce como un real, más allá de lo que estaba antes ubicado del lado del objeto transicional, o del objeto a, es algo que centra los últimos desarrollos de Lacan. Después de los comentarios que hizo Jacques-Alain en su curso sobre esta última enseñanza, está claro que hay que integrar en nuestras investigaciones clínicas sobre el autismo esta perspectiva de considerar cómo el cuerpo está afectado de una manera real, con estos rasgos privilegiados desde el inicio por Kanner de la repetición de lo mismo, que remite efectivamente a esta iteración real de algo que no es de la categoría del significante.
Con la clínica del autismo y el lazo particular que tienen estos sujetos con el cálculo y el número, vemos que hay una lectura clínica, […] la cual es muy útil para distinguir entre repetición de un significante o, como en la psicosis, un significante que retorna en lo real, como dice Lacan, y algo que es más bien presentificación directa de lo real. No tanto el retorno de un significante en lo real, sino presentación repetitiva de un real en el cuerpo. »[24]
Así, esta noción del Uno-completamente-solo nos permite distinguir de manera más precisa autismo y psicosis, en relación a la distinción entre el Uno de sentido y el Uno del significante, es decir entre el S1 definido por su articulación con el S2 en la cadena significante, y el S1 en tanto aislado, “radicalmente separado de todo otro significante”, según la expresión de Éric Laurent en La batalla del autismo:
« En la psicosis, hay trastorno de la cadena entre dos significantes, un S1 y un S2, debido a la ruptura de la articulación entre uno y otro, y más precisamente debido a la descomposición de los fenómenos que los estructuran como mensajes. Las perturbaciones y las rupturas en el plano del mensaje, como las interrupciones o los obstáculos identificados por Kraepelin en la esquizofrenia, son fundamentales en toda patología alucinatoria. En el autismo, esta interrupción del mensaje no es reconocible; tales fenómenos de ruptura no aparecen en primer plano. Se trata más bien de la repetición de un mismo significante, de un significante Uno, de un S1, radicalmente separado de todo otro significante, que por lo tanto no remite a ningún S2, pero que produce, no obstante, un efecto de goce que es manifiesto por el mismo hecho de su repetición. »[25]
Por otro lado, la distinción entre autismo y psicosis puede ser formalizada a partir de los desarrollos de Lacan sobre la operación de alienación. Como señalábamos anteriormente, numerosos son los autores para quienes la especificidad del autismo radica en una falla a nivel de la alienación. En su libro L’autiste et sa voix, Jean-Claude Maleval sostiene la tesis según la cual el autismo se caracterizaría por una retención del objeto del goce vocal:« La posición del sujeto autista parece caracterizarse por no querer ceder en relación al goce vocal. Por lo tanto, la incorporación del Otro del lenguaje no se opera; el autista no sitúa su voz en el vacío del Otro, lo que le permitiría inscribirse bajo el significante unario de la identificación primordial. »[26]
La retención del objeto del goce vocal suscita la primacía del signo en la lengua funcional del autista, así como una carencia enunciativa, muda o verborreica. Las consecuencias del rechazo de ceder en relación al goce vocal son capitales para la estructuración del sujeto autista. De ello resulta un rechazo del llamado al Otro, que no permite que se opere plenamente la alienación en el significante.
Desde esta perspectiva entonces, el sujeto autista se caracterizaría por una falla a nivel de la operación de alienación. Sin embargo, ello no significa que el autista está fuera-del-lenguaje [hors-langage]: el autista es un sujeto fuera-de-discurso pero no fuera-del-lenguaje.
Cuando la voz es regulada por la castración simbólica, se corta entonces de su soporte –el cuerpo– y deviene afónica, se aloja en el vacío del Otro y permite al sujeto ubicar ahí su enunciación. Esto es precisamente lo que no ocurre en el caso del sujeto autista: la voz se presenta entonces como un objeto de goce inquietante y desconcertante. Constatamos pues el rechazo del autista a movilizar el goce vocal para servir a la expresión oral. Sin embargo, ciertos autistas hablan, ya sea en forma de ecolalias o de verbalizaciones extraídas de un repertorio memorizado, caracterizadas por el fenómeno de la inversión pronominal, sin dirigirse a un interlocutor y con un tono de voz artificial: en todos estos casos las palabras son más bien emitidas que habladas. De manera constante, nos encontramos ante la dificultad del sujeto autista de asumir una posición de enunciador.
Siguiendo a Clotilde Leguil en su comentario del Seminario XI[27], el grito concierne al objeto voz, al objeto pequeño a que se extrae al momento en que el infans realiza la experiencia de lo que Lacan llama la parte faltante: « la part manquante, ce que j'ai appelé le mythe de la lamelle »[28]. El grito del niño, que será transformado en demanda a través la interpretación de la madre, representa una manera de aprehender la posibilidad de separarse de esa parte faltante. El niño que grita realiza la experiencia de una falta, una falta de orden real. Cuando el grito es transformado en llamado, y la respuesta de la madre lo interpreta en tanto demanda, el niño se ve enfrentado a una falta simbólica, pero la primera falta a la cual el niño se ve enfrentado a través del grito es una falta de orden real. El grito concierne a la voz en tanto objeto a que el niño cede. En el caso del niño autista, que no grita, podríamos entonces decir que la parte no ha faltado jamás.
La alienación en el Otro del lenguaje produce una extracción, una cesión del objeto del goce primordial, permitiendo su localización fuera-del-cuerpo [hors-corps]. La voz es un objeto pulsional que presenta la especificidad de comandar la identificación primordial, de manera que el rechazo de ceder el goce vocal interfiere con la inscripción del sujeto en el campo del Otro. Es, en efecto, en el significante de la identificación primordial –el S1– que viene a fijarse el goce. Es el significante por el cual el sujeto se hará representar ante los otros significantes –los S2–, que funda la enunciación permitiendo al goce del sujeto conectarse con la cadena significante. En ausencia de la identificación primordial al S1, el goce no logra conectársele, deslocalizándose. El rechazo radical de ceder con respecto al goce vocal atenta contra la inscripción del sujeto en el campo del Otro. Como lo señala Jacques-Alain Miller, « lo que me une al otro, es la voz en el campo del Otro »[29]. Cuando este anudamiento no se produce, el significante no logra cifrar el goce, de manera que el significante unario, que representa al sujeto respecto de los otros significantes, no entra en función. Siguiendo a Jean-Claude Maleval:
« Parece pues posible elevar el autismo a un tipo clínico original y complejo. En un primer tiempo, el rechazo de ceder en relación al goce vocal, la voluntad inicial de dominar toda pérdida, hacen barrera a la alienación del sujeto en el significante. Resulta una ausencia de regulación del goce de lo viviente, clínicamente manifiesta en la escisión entre las emociones y el intelecto.
En un segundo tiempo, para salir de su soledad dolorosa, el sujeto autista trata de arreglárselas con el rechazo inicial procediendo a una localización del goce loco en la formación protectora de un borde, lo que revela la omnipresencia del objeto autístico. »[30]
Es pues a través de la elección de un objeto que el sujeto autista despliega y articula su mundo, pudiendo así compensar su rechazo inicial. A falta de la alienación significante, el sujeto autista compensa a través de un apoyo alienante en un objeto, un objeto-borde, tal como lo sostiene Éric Laurent, « en una tentativa de agregar un órgano cuando justamente el lenguaje no ha podido hacer órgano »[31], un órgano suplementario, según la expresión de Laurent, o bien un objeto apéndice, según la concepción del objeto autístico desarrollada por Frances Tustin.
De este modo, el autista se las arregla para fabricar un borde, a través del cual y por el cual se protege de la invasión de lo real y del goce que caracteriza su insistencia, al mismo tiempo que se dota de un Umwelt suficientemente consistente. La producción de un objeto autístico opera un corte en su modo de goce, instaurando un borde entre su cuerpo y el mundo exterior.
A modo de conclusión, diremos que, si bien el autista es un sujeto para el cual la mutación de lo real en el significante no ha sido plenamente operada, si bien rechaza la pérdida inherente a la alienación significante, no es, subrayémoslo, un sujeto fuera-del-lenguaje. El autista es un sujeto fuera-de-discurso pero no fuera-del-lenguaje. Aun cuando el sujeto autista se defiende del lenguaje, está sumergido, desde antes de su nacimiento, en un baño verbal, que lo afecta; el autista está en el lenguaje en tanto se le habla, que está inscrito en alguna parte, que se le puede llamar por su nombre, que tiene un nombre al cual responde. Lacan señalaba, a propósito del caso Dick de Melanie Klein, que no debemos confundir lenguaje y palabra: « este niño es, hasta cierto punto, amo del lenguaje, pero no habla »[32].
Para aquellos sujetos que llamamos autistas, la dificultad central se sitúa en la enunciación, cuyo soporte fundamental es la voz. Esto se traduce por un rechazo de la enunciación del Otro, así como por una imposibilidad de tomar la palabra de manera tal que, o bien esta se encuentra totalmente inhibida, o bien, cuando se presenta, lo hace con graves limitaciones. El goce del sujeto, al no investirse en la palabra –goce desregulado y sin ley– retorna en un borde, estructura para cuya construcción el sujeto despliega un esfuerzo constante. Dicho borde, además de separar al sujeto del Otro y marcar su relación con los objetos, lo mantiene fuera-de-discurso según una modalidad específica. Esta constelación de rasgos toma en cada caso una forma sintomática singular. Ello determina las condiciones de todo tratamiento que restituya al sujeto la posibilidad de tomar la palabra. Entonces, y solo entonces, una regulación efectiva del goce deviene posible, así como el establecimiento de algo que pueda suplir el lazo social.
El doctor Lacan no habló mucho acerca del autismo. Una de las pocas indicaciones al respecto nos ha sido dada en la célebre Conferencia de Ginebra sobre el síntoma. Al final de dicha presentación, Lacan responde a alguien que se pregunta cómo hacer con los autistas que no escuchan al Otro. Plantea entonces que los autistas se escuchan ellos mismos, que escuchan muchas cosas, pero que « no escuchan lo que ustedes les dicen en tanto se ocupan de ellos »[33]. Es en la medida que nos ocupamos de ellos que los autistas se encierran en su burbuja, para no escucharnos, tendiendo a volvernos inexistentes. Lacan nos dice que no debemos ocuparnos de los autistas sino más bien escucharlos, y agrega que « hay seguramente algo que decirles »[34]. Entendemos en esta invitación que no debemos “ocuparnos” de ellos en el sentido de una re-educación o un adiestramiento social –piedra angular del tratamiento cognitivo-conductual del autismo–, ni tampoco situarnos en una pasiva posición de espera, sino que más bien debemos asumir una posición activa del lado del decir: tenemos que escucharlos y también tenemos, seguramente, algo que decirles.
Alejandro Olivos es Psicólogo Clínico de
la Universidad de Chile, Magister y Doctor en
Psicoanálisis del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Paris
VIII y Psicólogo Clínico en el Centre Adam Shelton (Sésame Autisme),
institución para adolescentes autistas en París.
[1] J. Lacan, « Radiophonie », in Autres Ecrits ; Editions du Seuil, 2001, p. 437.
[2] B.-A. Morel, Traité des dégénérescences physiques, intellectuelles
et morales de l’espèce humaine ; Editions Jean-Baptiste Baillière, Paris,
1857.
[3] J. Lacan, « Propos sur la causalité psychique », in Ecrits ; Editions du Seuil, 1966,
p. 177.
[4] L. Kanner, « Autistic disturbances of affective contact » ; Nervous Child, 1942-1943, 2.
[5] F. Fajnwaks, L’inconscient et le
psychanalyste au XXIe siècle [Séminaire de recherche 2015-2016];
Departamento de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII.
[6] É. Laurent, Los autistas. Sus objetos, sus mundos; Conferencia
pronunciada en la Facultad de
Psicología de la UBA, el 19 de noviembre de 2013.
[7] J. Lacan, Le Séminaire, Livre X:
L’angoisse; Éditions du Seuil, 2004, p. 217.
[8] É. Laurent, La batalla del autismo: de la clínica a la política; Grama
Ediciones, 2013, pp. 81-82.
[9] J. Lacan, « Conférence à Genève sur le symptôme » [Conferencia pronunciada en el Centro R. de Saussure en
Ginebra, el 4 de Octobre de 1975] ; in Le
Bloc-notes de la psychanalyse, n° 5, 1985, p. 17.
[10] R. y R. Lefort, La distinction
de l’autisme ; Editions du Seuil, 2003, pp. 8-53.
[11] J.-C. Maleval, J.-P. Rouillon y J.-R. Rabanel, « La conversation
de Clermont : enjeux d’un débat. », in La Cause Freudienne, N° 78, 2011, p. 112.
[12] J. Lacan, Le Séminaire, Livre
I: Les écrits techniques de Freud
; Editions du Seuil, 1975, p. 120.
[13] F. Hody, « Pertinence clinique de la distinction de
l’autisme », in Les Feuillets du
Courtil, N° 29, Aux limites du lien social : les autismes ; enero
de 2008, p. 169.
[14] E. Laurent, « Autisme et psychose : poursuite d’un dialogue
avec Robert et Rosine Lefort. », in La
Cause Freudienne, N° 66, mai 2007, p. 105-118.
[15] J.-A. Miller, « Clinique ironique »; in La Cause freudienne, n° 23, 1993, pp. 8-9.
[16] J.-R. Rabanel, « L’enfant, sujet aliéné »; artículo publicado en el
sitio internet de la École de la Cause freudienne.
[17] J.-A. Miller, « Quelques réflexions sur le phénomène somatique » ; in Analytica, nº48, 1987, pp.113-126.
[18] J.-A. Miller, « Clinique ironique » ; in La Cause freudienne, n° 23, 1993, p. 9.
[19] E. Laurent, « Les spectres de l’autisme » ; in La Cause freudienne, n° 78, 2011, p. 56.
[20] B. Bettelheim, La forteresse
vide. L’autisme infantile et la naissance du soi ; Éditions Gallimard,
1969.
[21] L. Kanner, « Autistic disturbances of affective contact » ;
in Acta Paedo-Psychiatrica, nº 35,
1968. Publicación original en Nervous
Child, vol. 2, 1942-1943.
[22] J.-A. Miller, L’orientation
lacanienne. L’Un-tout-seul [2010-2011];
Enseñanza pronunciada en el marco del Departamento de Psicoanálisis de la
Universidad Paris VIII.
[23] J.-A. Miller, L’orientation
lacanienne. L’Un-tout-seul [2010-2011];
op. cit.
[24] É. Laurent, Los autistas. Sus objetos, sus mundos; Conferencia
pronunciada en la Facultad de
Psicología de la UBA, el 19 de noviembre de 2013.
[25] É. Laurent, La batalla del autismo: de la clínica a la política; Grama
Ediciones, 2013, p. 106.
[26] J.-C. Maleval, L’autiste et sa
voix ; Éditions du Seuil, 2009, p. 81.
[27] C. Leguil, Le corps lacanien,
entre silence et parole [Séminaire de recherche 2015-2016] ; Departamento
de Psicoanálisis de la Universidad Paris VIII.
[28] J. Lacan, Le Séminaire, Livre
XI: Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse; Éditions du Seuil,
1973, p. 187.
[29] J.-A. Miller, « Jacques Lacan et la voix » ; in La voix: Colloque d’Ivry, Paris,
Lysimaque, 1989, p. 184.
[30] J.-C. Maleval, L’autiste et sa
voix ; Éditions du Seuil, 2009, p. 96.
[31] É. Laurent, « Réflexions sur l’autisme » ; in Bulletin Groupe Petite Enfance, nº 10,
Nouveau Réseau CEREDA, 1997, p. 43.
[32] J. Lacan, Le Séminaire, Livre I:
Les écrits techniques de Freud; Éditions du Seuil, 1975, p. 99.
[33] J. Lacan, « Conférence à
Genève sur le symptôme » [Conferencia pronunciada en el Centro R. de Saussure en
Ginebra, el 4 de Octobre de 1975] ; in Le
Bloc-notes de la psychanalyse, n° 5, 1985, p. 17.
[34] J. Lacan, « Conférence à
Genève sur le symptôme » ; op. cit., p. 17.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario